Aunque durante la Guerra Fría, Estados Unidos y sus aliados de la OTAN lideraban la carrera tecnológica y armamentística, lo cierto es que empezaban a quedarse rezagados en un aspecto crucial: la cultura. Fue así que, en plena confrontación Este-Oeste, el arte moderno se erigió en Estados Unidos como la vanguardia destinada a contrarrestar la influencia cultural de la Unión Soviética y Europa en el mundo, teniendo a Jackson Pollock como figura central. Esta conexión entre el término «vanguardia» y el esfuerzo bélico se reveló apropiada, ya que este provenía originalmente del ámbito militar francés.
Con el objetivo de difundir las corrientes artísticas estadounidenses a nivel global y asegurar la influencia de occidente en este ámbito ideológico, se dio origen a la corriente de la abstracción expresionista desde los trazos gestuales de Jackson Pollock, una escuela, en apariencia, despojada de discursos políticos que se convirtió en una poderosa arma en la Guerra Fría.
En esta entrada exploraremos cómo el Departamento de Estado y la CIA respaldaron corrientes culturales y han promovido el arte estadounidense en todo el mundo para contrarrestar la influencia de otras visiones culturales, y cómo esta amalgama entre la política y el arte ha dejado una huella indeleble en el panorama artístico actual a nivel mundial.
Pablo Picasso
En la segunda mitad del siglo XX, el arte y el diseño modernos encarnaron al liberalismo, el individualismo, la actividad dinámica y la creatividad arriesgada que eran posibles en una sociedad libre. El estilo de Jackson Pollock, por ejemplo, constituyó un eficaz contrapunto a las corrientes ya establecidas como definición del arte de la época.
Thomas W. Braden, quien ejerció como secretario ejecutivo del MoMA de 1948 a 1949, se unió a la CIA para supervisar sus actividades culturales. Braden declaró en su artículo “Me alegro de que la CIA sea ‘inmoral” del Saturday Evening Post, que el arte estadounidense «obtuvo más elogios para Estados Unidos… de los que John Foster Dulles o Dwight D. Eisenhower podrían haber conseguido con cien discursos».
El arte moderno, con su mensaje de libertad creativa e individualidad, se convirtió en un símbolo de la democracia estadounidense, frente a las narrativas europeas del arte, crítica social y mensajes elaborados. Así, el arte emergió como una línea de defensa nacional porque podía «educar, inspirar y fortalecer los corazones y voluntades de las personas libres» (Cockroft 126–7).
El Museo de Arte Moderno (MoMA) desempeñó un papel crucial en esta narrativa. Durante la Segunda Guerra Mundial, este museo se movilizó y organizó exposiciones de pintura estadounidense contemporánea para la Coordinadora de Asuntos Interamericanos, que se exhibieron en toda América Latina.
El MoMA también asumió la responsabilidad del pabellón estadounidense en la Bienal de Venecia, permitiendo que Estados Unidos continuara exhibiendo arte moderno patrocinado en el extranjero. Bajo la dirección de John Hay Whitney, la institución cultural sirvió como «un arma de defensa nacional» y un representante cultural de Estados Unidos en el escenario mundial. De igual forma, desempeñó un papel vital al presentar el arte moderno como un símbolo de la libertad y la democracia estadounidense en el extranjero, en una época en que la propaganda soviética pintaba a Estados Unidos, como un terreno capitalista y «culturalmente estéril» que era crucial contrarrestar.
Otro factor clave era la presentación de los artistas de esta corriente, quienes rompían con el acartonado y antiguado look de los artistas europeos. En lugar de trajes y caballetes, mostraban a un Pollock, vertiendo pintura directamente de la lata, en un lienzo en el suelo.
En 1950, la CIA fundó el Congreso para la Libertad Cultural (CCF) en París que, aunque aparentaba ser una «asociación autónoma de artistas, músicos y escritores», era en realidad un proyecto respaldado para «difundir las virtudes de la cultura democrática occidental«. El CCF operó durante 17 años, con oficinas en 35 países, empleando a decenas de personas y publicando más de veinte revistas de prestigio.
Tanto el CCF como el MoMA colaboraron estrechamente, organizando eventos como el Festival «Obras maestras del siglo XX» en París en 1952, cuyas piezas provenían directamente de la colección del MoMA y consolidaron al CCF como una presencia importante en la vida cultural europea. Durante la Guerra Fría, el arte moderno se convirtió en una herramienta poderosa para exhibir los valores estadounidenses al mundo, y esta unión entre arte y política definió una era en la que la creatividad y la libertad se convirtieron en armas en la lucha por las «mentes y los corazones» de las personas en todo el mundo.
Para comprender plenamente el alcance de esta Guerra Cultural, resulta fundamental tener en cuenta la propaganda soviética en ese contexto, dado que retrataba a los artistas estadounidenses y sus obras como decadentes y alejados de la realidad. En 1946, el Departamento de Estado de Estados Unidos gastó 49,000 dólares para adquirir setenta y nueve pinturas directamente de artistas modernos estadounidenses y las presentó en una exposición itinerante llamada «Advancing American Art». En 1947, esta exposición hizo una parada en Checoslovaquia, mientras que la revista norteamericana Look publicó un artículo con el título «Su dinero pagó por estas pinturas», planteando interrogantes sobre por qué el gobierno gastaba dinero de los contribuyentes en obras de arte enigmáticas y confusas.
El presidente Truman consideraba personalmente al arte moderno como “algo hecho al vapor y cocinado a medias por gente perezosa«.
Sin embargo, el expresionismo abstracto en particular, era un rechazo directo al realismo socialista soviético. Nelson Rockefeller llegó a llamarlo la «pintura de libre empresa», y en contraste con el «Frente Popular» de la Unión Soviética, la revista New Yorker se refirió al papel político del modernismo estadounidense como «El Frente Impopular».
La existencia misma del arte moderno estadounidense demostró al mundo que sus artistas eran libres para crear, gustara o no su trabajo, e imponía una corriente libre de discursos políticos, en apariencia.
En 1967, el Congreso para la Libertad Cultural se transformó en la Asociación Internacional para la Libertad Cultural (IACF) y continuó existiendo con financiamiento de la Fundación Ford. El arte moderno demostró su impacto duradero y su permanencia como estandarte de los valores occidentales. A pesar de que algunas publicaciones financiadas por el CCF se extinguieron a medida que la Guerra Fría llegaba a su conclusión, un gran número de los conceptos y enfoques de esa época… época aún influyente en la política y la diplomacia mundial, siguen presentes en el imaginario cultural del mundo occidental.
En resumen, la Guerra Fría Cultural fue un capítulo complejo que interfirió en la historia del arte y la diplomacia. A través de la promoción del arte moderno, Estados Unidos buscó demostrar la vitalidad de su cultura y su importancia en el mundo, su legado perdura en la forma en que el arte y la cultura siguen siendo herramientas importantes dentro de la política internacional y en cómo se valora y se interpreta el arte moderno en la actualidad.
A medida que avanzamos en el siglo XXI, es crucial reflexionar sobre su impacto duradero y considerar cómo las lecciones aprendidas de esa época pueden aplicarse a los desafíos culturales y políticos actuales.
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Ruy Renau
Redactor en EXPOSTComunicólogo, unfluencer, dog dad, emprendedor de 5 cifras, traumado con la IA y el dominio de las máquinas. Melómano, cinéfilo, lector, gamer, arte, contra cultura y re-curioso. Ultra puntual en todo siempre y cero despistado. Valores cristianos.
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