En un salón de clases, un profesor toma por sorpresa a sus alumnos con esta pregunta: ¿Cómo podríamos resolver el problema del tráfico en nuestra ciudad? La clase, acostumbrada a respuestas rápidas y lineales, guarda silencio. Uno de los estudiantes responde que hay que agregar más semáforos. Otro dice que es necesario construir más calles. El profesor sonríe y hace otra pregunta: ¿Qué pasaría si lo hacemos? ¿Qué otras cosas cambiarían? Así comienza una conversación sobre conexiones, consecuencias y múltiples piezas que forman un sistema complejo. Se trata de una introducción al pensamiento sistémico.
El pensamiento sistémico es un enfoque para comprender y analizar problemas complejos al considerar las partes de un sistema como un todo interconectado. A diferencia de abordar las situaciones de manera aislada, este enfoque ayuda a observar cómo las partes interactúan y se influyen mutuamente.
Ahora, ¿por qué es importante enseñar pensamiento sistémico en el aula? Porque los alumnos aprenden a desarrollar una visión más global y habilidades como la resolución de problemas, la creatividad y la colaboración, muy útiles en el mundo real. Por supuesto, la integración de este enfoque no es tan sencilla. Revisaremos cinco formas para hacerlo.
El pensamiento sistémico se fomenta mejor cuando los estudiantes enfrentan situaciones que experimentan en su día a día. Por ejemplo, pedirles que analicen cómo reducir el desperdicio en la escuela los puede llevar a considerar diversos factores interconectados: la cantidad de residuos generados en cada área, los hábitos de consumo de los alumnos y el personal, la disponibilidad de espacios para reciclar, los costos asociados, entre otros.
Los mapas de sistemas, como diagramas de bucles causales o mapas de influencia, auxilian a los estudiantes a visualizar cómo las diferentes partes de un sistema interactúan entre sí. Por ejemplo, al mapear las causas y efectos de la deforestación, los alumnos pueden comprender mejor las conexiones entre factores ambientales, sociales y económicos. También los árboles de problemas son otra opción.
El pensamiento sistémico requiere considerar cómo un problema afecta a diferentes partes de un sistema. Veamos, al discutir el impacto del horario extendido en la escuela, los estudiantes pueden analizar cómo esto afecta a los alumnos, maestros, familias y la comunidad en general. Esta actividad hace que comprendan el tema desde perspectivas diferentes y de una forma más colaborativa.
Otra manera bastante efectiva de enseñar el pensamiento sistémico a los alumnos es pedirles que definan un objetivo claro y trabajen para lograrlo mientras consideran las interacciones entre todos los elementos de un problema.
En un proyecto para reducir el uso de plástico en la escuela, los alumnos podrían comenzar definiendo un objetivo específico, como disminuir en un 50% el plástico utilizado en un mes. Luego, se les guiaría para identificar cómo este cambio afecta diferentes variables, como el presupuesto escolar (costos de materiales alternativos), las prácticas de proveedores (disponibilidad de productos sin plástico) e incluso los hábitos de los estudiantes y el personal.
Un principio básico del pensamiento sistémico es comprender cómo los sistemas responden a cambios. Proporcionar retroalimentación constante y permitir a los estudiantes ajustar sus estrategias con base en sus hallazgos les enseña cómo funcionan los ciclos de retroalimentación en los sistemas. De hecho, este punto está fuertemente vinculado con el ejemplo anterior: después de identificar cómo se ven afectadas las áreas con la reducción del uso de plástico, pueden hacerse modificaciones.
Cuando hablamos de diseñar programas, políticas públicas o intervenciones gubernamentales, el pensamiento sistémico se convierte en mecanismo para garantizar que las soluciones sean efectivas, es decir, que realmente respondan al problema identificado. En el libro, Diseño de Políticas Públicas, de Julio Franco Corzo es posible identificar este enfoque.
Piensa en que un gobierno quiere implementar un programa para reducir el desempleo juvenil. Sin un enfoque sistémico, se podría optar por una solución rápida, como ofrecer capacitaciones aisladas. Sin embargo, al aplicar el pensamiento sistémico, identificamos que el desempleo juvenil no es un problema independiente: está conectado con la calidad de la educación, las oportunidades de desarrollo económico local, las barreras sociales como el acceso limitado a transporte y la falta de redes profesionales para los jóvenes.
El pensamiento sistémico ayudaría a mapear todos estos factores interconectados en un árbol de problemas, en el que es posible identificar que ofrecer formación técnica debe acompañarse de incentivos para las empresas locales que contraten a jóvenes, crear esquemas de movilidad para que puedan acceder a los trabajos disponibles y diseñar campañas de sensibilización para reducir estigmas relacionados con la contratación juvenil. Así podría asegurarse que la intervención ataque las causas subyacentes del problema, no sólo sus síntomas.
Además, cuando diseñamos políticas públicas, el pensamiento sistémico nos ayuda a prever las consecuencias no deseadas. En el caso de un programa de subsidios para la vivienda, podría parecer una solución simple para reducir el déficit habitacional. Sin embargo, el análisis sistémico podría revelar que, si no se controla adecuadamente, este subsidio podría aumentar la demanda y elevar artificialmente los precios del mercado, dejando fuera a las personas que más lo necesitan. Al considerar estas dinámicas, se pueden incluir medidas complementarias, como regulaciones para evitar la especulación inmobiliaria o programas paralelos de construcción de viviendas asequibles.
También el pensamiento sistémico fomenta la coordinación entre sectores y niveles de gobierno; asimismo, es útil para identificar quiénes podrían estar en contra de la intervención. En este sentido, nos ayuda a diseñar intervenciones que sean transversales, inclusivas y adaptadas a las realidades locales reforzando su legitimidad.
La promoción del pensamiento sistémico en las escuelas es una necesidad. Esta habilidad es ampliamente utilizada en campos como la ingeniería, la medicina y las políticas públicas; por ende, formar estudiantes con esta perspectiva puede ser una apuesta por su éxito individual, y no sólo a nivel profesional, también personal, ya que pensar en sistemas puede anticipar que una simple decisión desencadene una “serie de eventos inesperados” o hasta que “el aleteo de una mariposa se sienta del otro lado del planeta”.
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