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La paradoja de la hipnocracia: cómo una IA reveló nuestra fragilidad intelectual

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Por Sergio Suárez

Redactor en EXPOST

icono de calendario16/04/2025 4 min de lectura
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En 1968, el artista belga Marcel Broodthaers inauguró el Musée d’Art Moderne, Département des Aigles: un museo ficticio con placas vacías donde deberían estar las obras. Su crítica al sistema del arte era brillante precisamente porque no mostraba nada. 

Más de medio siglo después, el filósofo hongkonés Jianwei Xun, autor de «Hipnocracia: Trump, Musk y la nueva arquitectura de la realidad», se convirtió en una figura influyente en círculos académicos e intelectuales. Sus conceptos resonaron en conferencias internacionales, artículos académicos y medios de comunicación. Pero pronto, un giro inesperado reveló una verdad incómoda: Xun nunca existió. Todo fue una creación del editor italiano Andrea Colamedici, en colaboración con plataformas como ChatGPT y Claude. Este incidente, más allá de la sorpresa inicial, abre profundas reflexiones sobre la naturaleza de la autoría, la credibilidad y, sobre todo, el valor filosófico de los argumentos producidos por inteligencia artificial.

La teoría de la «hipnocracia» sostiene que el poder contemporáneo no reprime directamente, sino que induce un trance constante mediante saturación informativa, narrativas contradictorias y una sobreestimulación algorítmica. Irónicamente, el libro que definía esta realidad fue, en sí mismo, producto de la manipulación digital que critica. La paradoja es fascinante: ¿acaso no es esta la prueba más contundente de la teoría misma? Si una IA puede generar argumentos filosóficos convincentes, aceptados por la academia y capaces de impactar debates internacionales, ¿qué dice eso sobre nuestro concepto tradicional de «autoría» y «autenticidad»?

No es la primera vez que una identidad ficticia logra influir en la realidad. Desde Elena Ferrante hasta el grupo Luther Blissett, las figuras ficticias han sido vehículos efectivos para transmitir ideas provocadoras. La novedad reside en que ahora la creación viene directamente de algoritmos capaces de dialogar entre sí y generar conocimiento nuevo. Esto nos confronta con una pregunta inquietante: ¿puede una IA, diseñada para imitar la inteligencia humana, producir pensamientos originales o estamos simplemente frente a una sofisticada máquina de espejos que refleja, distorsiona y remezcla nuestras propias ideas?

Quizá la respuesta parezca obvia: si un argumento es válido por su propia lógica intrínseca, ¿importa que venga de un humano, un bot o un loro entrenado? Después de todo, si una idea es buena, ¿qué más da quién (o qué) la escribió?

Pero aquí está el truco: la filosofía nunca ha sido sólo sobre qué se dice, sino sobre por qué y desde dónde se dice. Cuando Sartre hablaba de la libertad, lo hacía desde la Resistencia Francesa; cuando Hannah Arendt analizaba el totalitarismo, lo hacía desde su experiencia como refugiada judía. La IA, en cambio, no tiene biografía, ni cuerpo, ni consecuencias éticas por lo que escribe, las inteligencias artificiales somos todos y, a la vez, nadie. Es como un oráculo sin temple: da respuestas, pero no sabe por qué y tampoco le interesa.

Andrea Colamedici describe su experimento como una «performance artística» destinada a revelar los riesgos de la IA en la manipulación cognitiva. Sin embargo, los críticos señalan que esta «performance» careció de transparencia, violando normas éticas y legales que exigen identificar claramente los contenidos generados por máquinas. Esta tensión refleja otro dilema crucial para estudiantes y académicos actuales: ¿cómo valorar éticamente el conocimiento generado por IA?, ¿debemos aceptar la autoridad de un argumento por su propia valía o condicionarlo siempre a su origen?

Estudiantes que usan ChatGPT para ensayos y tesis, profesores que citan artículos sin revisar fuentes, revistas que publican papers generados por IA… El sistema ya está infectado de automatismo intelectual. El problema no es que la IA imite el pensamiento humano, sino que los humanos hemos empezado a imitar a la IA: repitiendo ideas sin cuestionarlas, privilegiando la velocidad sobre la profundidad.

¿Esto significa que debemos satanizar el uso de la IA? Por supuesto que no. Al contrario: podría ser una herramienta poderosa en las ciencias sociales y las humanidades para:

  • Generar contraargumentos (imaginemos a Kant debatiendo con Nietzsche, recreado por bots).
  • Detectar sesgos en textos históricos.
  • Automatizar tareas mecánicas (como corrección de citas o resúmenes).

Tal vez, el verdadero aporte filosófico de «Hipnocracia» no radica tanto en las ideas específicas que propone, sino en las preguntas incómodas que plantea sobre nuestra relación con la tecnología, la confianza en las instituciones académicas y la misma definición de lo que es humano en el pensamiento crítico. Para estudiantes, investigadores y académicos contemporáneos, este episodio debe servir como una advertencia sobre la necesidad de un pensamiento crítico verdaderamente robusto, capaz de distinguir entre profundidad real y simulaciones seductoras.

En última instancia, la valía filosófica de los argumentos no puede medirse exclusivamente por quién los produce, también tienen un peso específico por su capacidad para generar discusión, reflexión y, eventualmente, transformación social. Porque al final, Jianwei Xun fue el perfecto filósofo para nuestra era: un avatar sin rostro, cuyas ideas flotan en el vacío, sin cuerpo que las sostenga; y eso es justo lo que el capitalismo digital quiere de nosotros: mentes sin raíces, opiniones sin compromiso, teorías sin personas detrás. El verdadero escándalo no es que Colamedici engañara al mundo, es que este estuviera tan dispuesto a ser engañado.

Así que en la era de la hipnocracia siempre cabe preguntarnos: ¿es este un texto escrito por una IA que analiza y critica a otro texto generado por IA? Esa sería la ironía final.

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Sergio Suárez

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